Estas son las escuelas públicas más alejadas de Medellín

Las escuelas Altos de la Torre y Bello Oriente albergan en sus aulas los sueños y alegrías de quienes crecen en las laderas de Medellín. Sus historias, el reflejo de la resistencia comunitaria.

La única calle que conduce al barrio Altos de la Torre, en el oriente de Medellín, termina en la escuela que lleva el mismo nombre del sector.

De no ser por los niños, algunos con uniforme, ningún foráneo se daría cuenta de que allí hay una institución educativa: los corredores en los que improvisan partidos de fútbol o en los que reciben el refrigerio son también el camino para llegar a la otra parte del barrio. Los que llevan el gas, quienes cargan bultos de cemento o recogen la basura, transitan por allí todos los días, todo el día.

Pero para los habitantes de Altos de la Torre, la escuela no es una construcción más. Sus dos pequeños bloques, uno de dos pisos, son símbolo de su lucha como comunidad, al igual que una placa de metal representa el legado de un personaje político.

Hace 15 años, el lote que ocupa la escuela era un predio vacío que utilizaban como cancha. Su destinación inicial era la de una iglesia, pero la fe no se asentaría allí. Entre el recuerdo de Aura Segura, vicepresidenta de la Junta de Acción Comunal, está el deseo y sueño de la profe Cristina.

Su anhelo surgió cuando recorría el barrio y se topó con el espacio baldío: construiría una escuela donde sus estudiantes, a quienes les enseñaba en su propia casa o en casas vecinas alquiladas, pudieran tener una verdadera aula.

En ese momento inició el largo camino que no sólo llevó educación a Altos de la Torre. El agua potable, una mejor vía y redes eléctricas adecuadas se sumaron al proceso.

Construir de la nada

Una puerta, paredes, dos aulas y en la montaña se erigía el primer bloque de la escuelita soñada. A su alrededor también surgían casas, de adobe o madera en las laderas que, desde entonces hasta hoy, son el paraje, pasajero o definitivo, de campesinos que se enfrentan a la gran ciudad.

Realidad de la que no se escapó Aura. Llegó desde Urrao a Altos de la Torre hace más de 23 años y desde ese momento se apersonó de la misión de fortalecer la escuela.

Faltaban los baños, pero también el agua. Recuerda Aura que, luego de tres años de insistencias, en 2010 llegó el líquido.

Y así ha sido cada ladrillo y cada logro para la escuela. Una lucha contra y ante el Estado.

Con el paso de los años, llegarían más aulas, un segundo piso, fundaciones como Cedesis y personas de otras laderas de Medellín. Fanny Arbeláez es una de ellas. Cada día viaja desde el barrio Pedregal, noroccidente de la ciudad, para ocupar su rol como coordinadora. Durante 12 años ha sorteado los trancones del centro y las serpenteantes y empinadas calles, hasta conquistarlas.

Con ella trabajan otros 10 docentes, más el personal de aseo, vigilancia y alimentación. Todos se enfrentan a los mismos obstáculos: vivir lejos, falta de transporte o carencia de recursos para ejercer sus labores, pero todos llegan, cada día, cada semana.

Es jueves y de los 350 estudiantes que alberga la escuela, la mitad está en los salones. No había clase para algunos, sus docentes tenían reuniones, pero, de igual manera, están allí sin falta: llegaron por su refrigerio.

“Es quizás la única comida a la que acceden en el día”, dice Fanny, resaltando que ese es solo uno de los problemas de la comunidad, que a su vez se reflejan en la escuela.

Entre casas y callejones, los pequeños del barrio Altos de la Torre disfrutan del parque de la escuela que a su vez es zona de tránsito para los residentes del sector. FOTO Jaime Pérez

Entre casas y callejones, los pequeños del barrio Altos de la Torre disfrutan del parque de la escuela que a su vez es zona de tránsito para los residentes del sector. FOTO Jaime Pérez

Resistir en la montaña

Pero esta no es una historia única. Aunque están en la misma ladera oriental del Aburrá, llegar a la escuela en que el docente Gustavo Cuesta Palacios ha trabajado durante 10 años, implica “bajar a Medellín y volver a subir”.

Un poco más arriba de la UVA La Armonía, en Manrique, está el barrio Bello Oriente, pero la única vía de acceso vehicular viene de Santo Domingo. La escuela, que lleva el mismo nombre, está ubicada en el punto de la montaña donde comienza la pendiente, que, aunque se muestra inconquistable, las casas siguen creciendo ladera arriba.

Hasta allá no llega el transporte público, así que caminar desde el paradero o recorrer los senderos rurales desde el barrio La Cruz ha sido el medio usado por Constanza Giraldo, rectora de la institución.

Ella viene desde La América, occidente de Medellín, donde también está el colegio en el que hasta hace poco más de un mes laboró hasta su traslado.

Tanto la escuela de Altos de la Torre, como Bello Oriente, tienen cobertura desde preescolar hasta el grado quinto. Cuando los estudiantes finalicen su proceso en la primaria, continuarán en otra sedes, más lejos, más grandes, e incluso más modernas.

Pero mientras eso llega, Santiago, Cristian y Guillermo, del grado cuarto pasan su vida en el patio de Bello Oriente.

Son las 10:00 de la mañana del viernes, y pese a que su jornada debió comenzar hace 30 minutos, no se han ido para el salón. Están esperando que llegue el docente para recibir el refrigerio y, así, iniciar la clase de educación física.

Sin embargo, y aunque sea una de sus clases preferidas, Santiago faltará. Ese viernes no se vistió con la sudadera azul de la escuela sino con una negra: en lugar de los cuadernos, cargará junto a sus hermanos material de construcción para su nueva casa.

La deserción, inasistencias o falta de personal, son obstáculos a los que se enfrentan quienes laboran en la periferia de Medellín.

La población flotante, según detalla Constanza, hace que muchos niños comiencen el año escolar, pero se retiren pasados unos meses cuando sus familias obtienen un subsidio de vivienda en otra zona de la ciudad, o deben migrar porque en este lado del valle no encontraron las oportunidades que buscaban.

Situación que se replica en Altos de la Torre. “Todo el año hay matrículas, todo el año salen estudiantes”.

Y si la migración de estudiantes es notoria, la falta de docentes lo es más. El profesor Gustavo está seguro de eso.

Lo recuerda muy bien, pues en una ocasión debió unir el grupo de tercero con los de quinto y darles clase de manera conjunta. Los estudiantes pequeños llevaban más de tres meses sin un maestro y sus padres amenazaban con retirarlos y trasladarlos a otras instituciones.

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El camino continúa

Desde los balcones de cada escuela se ve la Medellín de las postales turísticas. Un jardín circunvalar que conectó la comuna 8, futuras estaciones del Metrocable, estaciones de policía y grandes parques como las Unidades de Vida Articulada, UVA, han llegado a cambiarle la cara a esta ladera del valle.

Y a pesar de esto, en Altos de la Torre siguen en búsqueda de un espacio para instalar el restaurante escolar que albergue a la totalidad de los estudiantes o un predio para la placa deportiva que ganaron en un concurso y no han logrado estrenar.

Fanny estuvo a punto de salir de la institución cuando en 2016 la escuela obtuvo la oficialización por parte de la Alcaldía. La insistencia de la comunidad permitió que ella se quedara, al menos mientras se lograba un empalme.

En Bello Oriente comparten la cancha con el barrio y, en épocas de lluvias, se enfrentan a los arroyos que inundan la vía y los senderos.

Situaciones que no parecen importarles a los pequeños, que siguen a la espera del yogur y las galletas del refrigerio, quizás porque tienen más ganas del dulce o se acostumbraron a convivir con ella.

Se vale soñar

Santiago quiere ser ciclomontañista; Cristian, futbolista y Guillermo, presidente.

Sus amigos se ríen fuerte cuando escuchan las pretensiones de su compañero, pero él los ignora, aunque también disfruta.

Tiene 14 años y propuestas bien planteadas y estructuradas. “Primero, voy a sacar a mi mamá de acá. Mentiras, antes voy a mejorar el barrio y proteger el bosque, que es lo más bonito que tenemos. Lo que no hace ni Duque ni Santos…”. Se escuchan las carcajadas y el timbre que anuncia el descanso para los otros compañeros.

Quizás en un rato, o en unos años, olviden las bicicletas, los balones o las promesas políticas. Quizás se topen con abandonar la escuela, con tener que migrar a otra ladera o replicar el oficio de sus padres.

Pero mientras eso ocurre, no queda más que soñar .

Fuente: elcolombiano.com